Mención Honrosa Arica

Lucila del Valle

Una tarde fría en otoño, en un rincón polvoriento de una antigua biblioteca que se habitaría en Vicuña, una joven escritora llamada Fabiola, había encontrado un sobre con una carta en su interior, dicha carta estaría en uno de los libros de Gabriela Mistral. Era un papel viejo, con una caligrafía elegante que parecía escrito por una suave y leve brisa. Fuera del papel estaría anotado algo que llamaría la atención de la chica: “A la futura sembradora de palabras”.

Con curiosidad, Fabiola lo abriría con sus manos temblorosas. Dentro de ella tendría una carta que fue escrita por la misma autora donde habría encontrado el sobre, ésta decía así:

“Si mis palabras llegan a ti, mujer del provenir, sabrás que no solo escribí para mis días. Mi anhelo era sembrar esperanza en los surcos del alma humana. Ama a los niños. Ama a la tierra. No dejes que la palabra se seque. Cada poema que nazca de tus dedos debe ser raíz canto, semilla y fuego. No temas ser tierna. No temas ser firme, serás incomprendida, como yo lo fui. Pero el tiempo -ese buen jardinero- siempre vuelve a las flores que supieron esperar.”

Fabiola sintió un gran escalofrío recorriendo todo su cuerpo después de leer las palabras escritas en esa hoja. Sentía que la carta estaba escrita para ella, que pasaba noches luchando por escribir sus cuentos que hablaran de justicia, amor maternal, de identidades heridas. Siempre se sintió con una voz diminuta entre un ruido ensordecedor. Pero esta carta sería un eco antiguo que sentía que la abrazaba, una confirmación de que no solo sería un acto solidario, si no que también sería una conversación plenamente silenciosa con los que vinieron desde antes.

Durante días Fabiola no pudo quitarse esas palabras de su cabeza. Comenzó a releer las distintas obras que había escrito Mistral con otros ojos: descubrió no solo a una poeta con gran potencial, sino que también descubrió a una gran maestra en las bellas obras y palabras que escribía en cada línea de sus libros. Durante esa misma noche, encendió una vela, sacó su cuaderno más limpio y comenzó a redactar una carta de respuesta hacía ella. No sabría bien a donde se dirigía, pero tendría un gran sentimiento de querer corresponder sus palabras, escribió:

“Querida Gabriela Mistral: Sé qué ya no estás presente en esta vida, pero sentí la necesidad de dirigir esta carta hacía a ti. Tu carta me encontró entre medio de todo mi cansancio, del mundo ruidoso y del silencio que a veces se vuelve un muro. Gracia por hablarme desde el pasado como si estuvieras aquí, junto a mí. Me comprometo en sembrar cada palabra como tú sembraste la luz. Y si el tiempo es un buen jardinero, confiaré que mis propias raíces comiencen a brotar algún día.”

Dejó la carta entre las mismas páginas del libro, como una señal de promesa que provenía del lugar donde vino, como una semilla que tal vez alguien más encontraría.

Desde ese entonces, decidió escribir una novela inspirada en los ideales de aquella bella mujer escritora, una historia que uniera la ternura de una maestra rural con la resistencia de las mujeres en el presente. Su libro “Raíces de fuego”, se volvió una chispa en las manos de cientos de adolescente, sobre todo a las mujeres, que por primera vez sentían que alguien hablaba su lenguaje interior. Se dispersaron los poemas, las cartas, cuadernos llenos de voces que antes solo eran silencio total.

Y así, Gabriela Mistral — desde el silencio de su tumba, desde la profundidad de sus sueños de justicia y belleza— volvió a crecer en una nueva generación. Porque la verdadera literatura nunca va a morir: solo cambia de voces, pensamientos e incluso ideologías para poder seguir floreciendo. Y en cada palabra nueva que nace con raíz, ella sonríe, invisible y eterna, como la misma brisa que surgen de los árboles del Valle de Elqui.


Autor: 
Bethzabé Samira

Sede:
Arica