Mención Honrosa Copiapó

La que también escribió en secreto

Gabriela, querida:

Te escribo desde un tiempo que quizás nunca imaginaste, donde las mujeres podemos votar, estudiar lo que queramos y hasta besarnos en la calle... pero no todas. No siempre. Y no sin miedo.

Te escribo porque sé que tú me entiendes. Porque, aunque el mundo ha cambiado, algunas batallas siguen doliendo igual. Yo soy una de esas que todavía ama con cuidado, que aprendió a disimular el amor antes que a vivirlo.

No debía, me dijeron que estaba mal Me enseñaron a mirar con culpa lo que me hacía sonreír. A esconder la ternura. A disimular la mirada. A decir “amiga” cuando quería gritar “amor”. Y hubo un tiempo en que me lo creí. Me obligué a querer distinto. A vivir lo que no era mío.

Y ahí estabas tú. Con tus versos como refugio. Con esa manera de escribir lo que no podías decir. Con tu voz hecha carta y tus cartas hechas abrazo.

Y sí, hubo cartas también en mi historia. Cartas mentales, sin destinatario, con miedo a que alguien leyera lo que yo misma no me atrevía a pensar. Cartas que no decían “te amo” sino “te cuido”, “te espero”, “te miro sin que se note”. Y al igual que tú, aprendí a convencerme más a mí misma que a los demás de que lo que sentía era real. Que no estaba equivocada.

Yo venía de leer a Alejandra, de sumergirme en su tristeza tan honda que dolía respirar. Y tú llegaste como una brisa tibia. No menos dolorosa, pero distinta. Más sabia. Más maternal. Más mía. Descubrir tu historia con Doris fue como abrir una carta escrita para mí sin saberlo. También te debatiste entre el deseo y la culpa; también te mentiste para protegerte. Que también intentaste vivir lo imposible sin dejar de sentirlo. Y, aun así, amaste. Y escribiste.

Tu historia con Doris no me la enseñaron en el colegio. No venía en los textos. La descubrí como se descubren los secretos sagrados: de a poco, en silencio, con la emoción de quien encuentra algo prohibido pero necesario. Y me quedé. Me quedé leyéndote, habitándote, llorándote. Entendí que amar escondida no era cobardía, era sobrevivencia.

Me hizo entender que no hay vergüenza en amar con todo el cuerpo, incluso cuando el cuerpo se niega. Incluso cuando la cabeza quiere apagar el corazón.

Te convertiste en escuela, en Premio Nobel, en faro, en madre de todas nosotras, las que seguimos escribiendo en voz baja. Tú abriste camino con los pies heridos y la frente en alto.

Y lo más increíble es que lo hiciste toda tú sola. Porque no solo fuiste poeta. Fuiste educadora, diplomática, viajera, intelectual. ¡Una capa! Recorriste el mundo enseñando a leer y a amar. Y yo, desde mi caos de hoy, quiero seguirte. Quiero ser libre como tú fuiste, a tu manera. Quiero ir por la vida dejando huellas sin pedir disculpas.

Quiero que sepas que te admiro profundamente. No solo por tu obra —que es gigante— sino por lo que fuiste fuera del papel. Por haber amado con valentía en un tiempo que no perdonaba. Por haber sostenido tu vida con palabras cuando no te dejaban hablar.

Te admiro, Gabriela. Te admiro tanto que no me alcanzan las palabras, ni esta carta, ni las veces que te he llorado. Te admiro porque fuiste valiente en una época que no dejaba espacio para las valientes. Porque tu silencio fue más poderoso que muchos gritos. Porque tu amor, aunque escondido, sobrevivió hasta llegar a mí. Eres madre, Gabriela. Madre de las que amamos distinto. De las que amamos escondidas. De las que seguimos buscando maneras de existir sin pedir disculpas.

Gracias por escribir lo que no podías gritar. Por amar en la sombra, para que hoy podamos amar con un poquito más de luz. Gracias por enseñarme que las cartas también salvan. Que los poemas también levantan banderas.

Escribo esta carta como quien deja flores en una tumba que no ha visitado nunca. Como quien reconoce en otra un reflejo que da sentido, o como quien agradece sin conocer. Porque tú no estás, pero sigues. Sigues en mí. Sigues en todas.

Con todo lo que soy,

La que también escribió en secreto.


Autor: 
Isis Mailén Gajardo

Sede:
Copiapó