Tercer lugar

F.L Franulic

Querida Gabriela Mistral

Anoche soñé con un niño llamado Orión, con el alma hecha de polvo estelar, que llevaba sobre sus hombros el peso de un nombre que no eligió. Usted, que supo escuchar el llanto de los ríos y el canto de los pájaros, ¿qué palabras le habría ofrecido? Porque Orión, aunque lleva el nombre de una constelación, no sabe aún cómo brillar. Su casa, tejida entre árboles cuyas ramas susurran profecías en lugar de canciones de cuna, le repetía "Las estrellas no eligen dónde nacer, pero sí cómo iluminar". Pero él, con sus manos vacías y su corazón lleno de preguntas, solo anhelaba su infancia.

Orión nació bajo el firmamento y de las estrellas más brillantes. donde los muros de su hogar no eran de madera, sino de retratos que juzgan con miradas frías. Su familia veía en él la continuación de un linaje de sombras y orgullo “Eres hijo de estrellas”, pero sus ojos, que no parecían los de un niño de su edad, solo buscaban el reflejo de alguien que lo mirara sin ver un apellido. ¿No es acaso el destino más cruel aquel que se escribe antes de nacer? Usted, Gabriela, que conoció la dureza de las infancias complicadas, ¿habría visto al niño o al "heredero del firmamento"?

Gabriela, en su poema "Piececitos", usted pintó la fragilidad de los pies pequeños, descalzos y heridos. Orión también está descalzo, pero no por pobreza, sino porque a pesar de sus recursos, nadie se ha preocupado de sus pies. Su familia le habla de montañas en movimiento y legados proféticos, mientras él se pierde en el simple deseo de saborear el chocolate o contar las gotas de lluvia en la ventana. Las constelaciones bordadas en su ropa son tan frías como las que vigilan los salones de su casa, pero él, cada día menos brillante, tiembla cuando el viento se filtra entre las paredes. "¿Realmente los nombres nos condenan?", le pregunté al verlo. Él solo susurró "El mío pesa más que la espada de los héroes".

En mi sueño, lo vi sentarse en el umbral de su ventana, abrazando sus rodillas como si intentara contener el universo que late dentro de él. "Soy un huérfano del firmamento", murmuró. Y entonces comprendí no era solo la falta de padres, sino alguien que le recuerde que, antes de ser constelación, es un niño.

Usted, que escribió "Dame la mano y danzaremos", ¿sabría consolar a un niño con el alma tan rota? ¿Qué le diría al verlo esconder sus lágrimas tras un brillo que no le pertenece? Porque yo solo pude decirle "Tus huellas, aunque se desvíen de ese plan que otros trazaron, son tuyas. Y hay estrellas que eligen su propio rumbo".

Querida Gabriela, su poesía fue un refugio para los olvidados. Hoy, Orión y tantos niños como él, encadenados a legados de sangre, siglos o apellidos que suenan a sentencia, necesitan que alguien les devuelva el derecho a ser pequeños, a tropezar sin que el mundo les grite que tienen que brillar. ¿Cómo consolar a un niño cuyo nombre es un destino escrito en el cielo? Tal vez, como usted hizo en otro tiempo con sus poemas, bastaría con tenderle la mano y decirle "No tienes que ser luz todavía. Basta con que seas tú”

Gabriela, ¿Cuántos más como Orión habrá en el mundo, atrapados entre salones de retratos fríos y jardines donde todas las flores tienen espinas? ¿Cuántos niños, en casas que más parecen fortalezas, añoran que alguien les diga "No importa de donde vengas; hoy puedes ser solo tú"?

Le pido, Gabriela, que lo tome de la mano. Que le diga que está bien no entender todavía, que no tiene que ser constelación antes de ser niño. Porque Orión... no necesita que el mundo lo vea brillar, no ahora. Solo necesita un lugar donde llorar sin que eso lo apague más.

Si lo ves pasar, envuélvelo en uno de tus poemas que tanto le gustan a él. Dile que está bien tardar en brillar.


Autor: 
Fernanda de Lourdes Burgos

Sede:
Temuco