Segundo lugar

Felipe Haise

Estimada Lucila:

Junto con saludar, me disculpo por no referirme a usted con el seudónimo que eligió, y de esa manera no darle el respeto al símbolo que ese nombre representa. Pero es que, en este mensaje, no me dirijo a Gabriela. Porque Gabriela es un símbolo, un personaje. Este mensaje es para Lucila.

Mientras Gabriela es un personaje célebre, histórico, al cual se le rinden honores en billetes, nombrando centros culturales en su honor, e incluso se le hacen decenas de homenajes póstumos... Gabriela es parte de los libros de historia.

Pero usted, Lucila… usted no.

A usted se le dio la calidad de despatriada por parte de sus propios criollos. Qué dolor más grande para usted, que amó con obstinación a un país que no supo amarla de vuelta. La exiliaron primero con murmuraciones, luego con indiferencia, y más tarde se atrevieron a tratar a Gabriela como alguien totalmente ajena a Lucila. La convirtieron en personaje célebre, le ofrecieron homenajes póstumos. Demostraron así todo aquello que usted tanto criticó del alma chilena: la hipocresía, la estrechez de miras, el clasismo, la maledicencia. A Gabriela la abrazan, pero a usted la rechazaron.

Aun así, usted siguió amando.

Siguió escribiendo Recados para un país que no los leía. Columnas para periódicos que luego le cerraron las puertas. Le dijeron que callara, y usted decidió escribir más fuerte.

¿Quién puede amar tanto sin romperse?

Existen personas, como usted y como yo, que no están hechas para ser amadas. Existimos para amar, para dar, para entregar… y luego, ser olvidados. Hay quienes no somos amados por quienes somos, sino por lo que significamos. O en mi caso, por lo que significaré. Porque, así como Winston Churchill dijo: “La historia será amable conmigo porque pienso escribirla”, aunque —como ya dije— no será conmigo, sino con mi símbolo.

Por eso le escribo hoy. Porque yo también he sentido eso, esa orfandad emocional. Podemos inspirar amor, provocar ternura, ser la huella que alguien usa como brújula en su camino. Pero no somos el destino.

¿Y sabe qué es lo peor? Que, tal como le pasó a usted, Lucila, yo también siento que, si algún día llego a ser recordado, no será por las personas que me conocieron, sino por extraños que verán mis palabras en un papel y dirán: “Qué bonito escribe”.

Nadie hablará de mis abrazos. Nadie recordará mis gestos más humanos. Solo quedará un rastro en tinta, no en piel. Como usted, seré un nombre citado. No un nombre amado.

Y sin embargo, Lucila… seguimos amando. Yo, que vengo de otra época, pero con la misma herida, le escribo porque me reconozco en su sombra. Porque siento que, quizás, el mundo está lleno de personas como nosotros: los que aman demasiado, y la vida no los deja ser amados.

Gracias por dejarme escribirle, Lucila. Gracias por enseñarme que tengo que amar porque amo, y no porque me amen.


Autor: 
Felipe Andrés Huenupil

Sede:
Ñuñoa